8 DE ABRIL: DÍA DEL PUEBLO GITANO
"ES NUESTRA IGNORANCIA LA QUE INVISIBILIZA AL PUEBLO GITANO"
08 de abril de 2016
Hoy es el Día del Pueblo Gitano, y de la mano de Sita
Lorenzo (@sitalorenzo), historiadora y periodista, nos
sumamos a la conmemoración de esta fecha, que pone en
valor a una parte importante de nuestra sociedad.
Confieso
que tengo una
deuda con el pueblo gitano
y que no voy a eximirme (como ciudadana) de la parte de
responsabilidad que me toca. Voy a amasar el cerebro e inyectarle la
levadura que logre hacer fermentar mi conocimiento por su historia,
su cultura y sus gentes. ¡Se lo debo!. Se lo debo como persona, como
ciudadana, como vecina y como historiadora.
Foto: ma_ru_yi (vía
Flickr)
|
Con el pueblo gitano nos hemos
acomodado a la
monovisión
de los estereotipos. Miramos
con recelo, señalamos con el dedo y proyectamos una única imagen,
la de trapaceros.
Etiquetamos (como define la RAE)
a los 750 mil gitanos que conviven en España, según la
Fundación Secretariado Gitano. Basta leer en prensa o
teclear la palabra gitano en cualquier buscador y conseguir, a golpe
de un solo click,
cientos de noticias que ofrecen esa única visión malintencionada y
torticera de su ser.
Los
datos son toda una bofetada a nuestras conciencias inertes:
el 81,6% de los comentarios alimentan el discurso
del odio hacia los gitanos. Seguimos perpetuando esa imagen
distorsionada y alejada de la realidad. Enraizamos el estigma que les
acompaña desde siglos y les relegamos a la posición de ciudadanos
de segunda, a los que no damos la oportunidad del
reconocimiento y la visibilización.
Durante
la carrera, esa que no me ha enseñado ni un ápice de la historia
del pueblo gitano, escuchaba como argumento que “los historiadores
debemos dotarnos de inteligencia en la mirada”. Esto, llevado al
estudio e investigación de la Historia y el Arte, venía a
significar que como deber hacia la Humanidad, y rigor de la
profesión, debíamos ir más allá a la hora de profundizar en los
hechos. Debíamos indagar, sumergirnos en las fuentes, en las
intrahistorias y plantearnos el por qué y el para qué de los actos
hasta alcanzar nuestras propias conclusiones. ¡Esa era la gran
misión!. Una misión, por cierto, que no se ha cumplido con los
gitanos, porque nunca
nos hemos preocupado en conocer su historia ni en introducirla
dentro de los programas curriculares educativos.
Directamente les hemos nulificado
y ninguneado.
El
ninguneo, como
escribió Octavio Paz en ‘El
laberinto de la soledad’* , es
una operación
que consiste en hacer de Alguien,
Ninguno.
Es disimular la existencia de nuestros semejantes, obrar como si no
existieran hasta convertirlos en seres transparentes y fantasmales.
Esto, mal que nos
pese, hemos hecho a lo largo de seis siglos con la historia de los
egiptanos, roma, gitanos, romaní, zingaros, sintis: negar su
existencia. Al
igual que la mirada heterosexual niega, y ha negado, la diversidad
sexual. Invisibilidad
que se multiplica en el caso del colectivo LGBT gitano, que
también en el cobijo de estas siglas es olvidado.
Hoy,
Día Internacional del
Pueblo Gitano, aprovechemos la celebración para dar un paso
firme y conmemorar junto a ellos la institución de su bandera –que
simboliza el cielo y el campo y el camino desde la India y la
libertad- y su himno
‘Djelem, Djelem’
-compuesto por Jarko Jovanovic- que recuerda al
medio millón de gitanos víctimas
del nazismo, además de las expulsiones y persecuciones que han
soportado durante siglos.
Aunque
España se señala como un referente para el resto de Europa sobre el
modelo de inclusión social de la población gitana, comprometámonos
a mirar con inteligencia y reconocer a un pueblo que ha contribuido
en valores y riqueza cultural al mosaico de realidades que somos.
Comprometámonos a educar y otorgarles el espacio, ganado a pulso,
que merecen en los libros de Historia. Comprometámonos a reducir las
desigualdades que, lejos de reducirse, se insertan en el ADN de buena
parte de los gitanos y gitanas que conviven con nosotros. Ya que de
no ser así, seguiremos participando con alevosía en su ausencia y
cimentando el laberinto de la soledad al que les hemos relegado. La
visibilidad es un acto de reconocer al otro desde la honestidad, de
aceptarlo e incorporarlo en nosotros como parte de nuestra esencia
humana. Ese
reconocimiento del otro precisa de un ejercicio de transformación,
de una metamorfosis en sí misma. Metamorfoseémonos y transformemos
la realidad. Empecemos a crear ritos, estrechar lazos con el pueblo
gitano. ¡Se lo debemos!.
[…]
No sólo nos disimulamos a nosotros mismos y nos hacemos
transparentes y fantasmales: también disimulamos la existencia de
nuestros semejantes. No quiero decir que los ignoremos o los hagamos
menos, actos deliberados y soberbios. Los disimulamos de manera más
definitiva y radical: los ninguneamos. El ninguneo es una
operación que consiste en hacer de Alguien, Ninguno. La nada de
pronto se individualiza, se hace cuerpo y ojos, se hace Ninguno.
Don Nadie, padre español de Ninguno, posee don, vientre, honra, cuenta en el banco y habla con voz fuerte y segura. Don Nadie llena al mundo con su vacía y vocinglera presencia. Está en todas partes y en todos los sitios tiene amigos. Es banquero, embajador, hombre de empresa. Se pasea por todos los salones, lo condecoran en Jamaica, en Estocolmo y en Londres. Don Nadie es funcionario o influyente y tiene un agresiva y engreída manera de no ser. Ninguno es silencioso y tímido, resignado. Es sensible e inteligente. Sonríe siempre. Espera siempre. Y cada vez que quiere hablar, tropieza con un muro de silencio; si saluda encuentra una espalda glacial; si suplica, llora o grita, sus gestos y gritos se pierden en el vacío que Don Nadie crea con su vozarrón. Ninguno no se atreve a no ser: oscila, intenta una vez y otra vez ser Alguien. Al fin, entre vanos gestos, se pierde en el limbo de donde surgió.
Sería un error pensar que los demás le impiden existir. Simplemente disimulan su existencia, obran como si no existiera. Lo nulifican, lo anulan, lo ningunean. Es inútil que Ninguno hable, publique libros, pinte cuadros, se ponga de cabeza. Ninguno es la ausencia de nuestras miradas, la pausa de nuestra conversación, la reticencia de nuestro silencio. Es el nombre que olvidamos siempre por una extraña fatalidad, el eterno ausente, el invitado que no invitamos, el hueco que no llenamos. Es una omisión. Y sin embargo, Ninguno está presente siempre. Es nuestro secreto, nuestro crimen y nuestro remordimiento. Por eso el Ninguneador también se ningunea; él es la omisión de Alguien. Y si todos somos Ninguno, no existe ninguno de nosotros. El círculo se cierra y la sombra de Ninguno se extiende sobre México, asfixia al Gesticulador y lo cubre todo. Es nuestro territorio, más fuerte que las pirámides y los sacrificios, que las iglesias, los motines y los cantos populares, vuelve a imperar el silencio, anterior a la Historia.
"El Laberinto de la Soledad", Octavio Paz
Don Nadie, padre español de Ninguno, posee don, vientre, honra, cuenta en el banco y habla con voz fuerte y segura. Don Nadie llena al mundo con su vacía y vocinglera presencia. Está en todas partes y en todos los sitios tiene amigos. Es banquero, embajador, hombre de empresa. Se pasea por todos los salones, lo condecoran en Jamaica, en Estocolmo y en Londres. Don Nadie es funcionario o influyente y tiene un agresiva y engreída manera de no ser. Ninguno es silencioso y tímido, resignado. Es sensible e inteligente. Sonríe siempre. Espera siempre. Y cada vez que quiere hablar, tropieza con un muro de silencio; si saluda encuentra una espalda glacial; si suplica, llora o grita, sus gestos y gritos se pierden en el vacío que Don Nadie crea con su vozarrón. Ninguno no se atreve a no ser: oscila, intenta una vez y otra vez ser Alguien. Al fin, entre vanos gestos, se pierde en el limbo de donde surgió.
Sería un error pensar que los demás le impiden existir. Simplemente disimulan su existencia, obran como si no existiera. Lo nulifican, lo anulan, lo ningunean. Es inútil que Ninguno hable, publique libros, pinte cuadros, se ponga de cabeza. Ninguno es la ausencia de nuestras miradas, la pausa de nuestra conversación, la reticencia de nuestro silencio. Es el nombre que olvidamos siempre por una extraña fatalidad, el eterno ausente, el invitado que no invitamos, el hueco que no llenamos. Es una omisión. Y sin embargo, Ninguno está presente siempre. Es nuestro secreto, nuestro crimen y nuestro remordimiento. Por eso el Ninguneador también se ningunea; él es la omisión de Alguien. Y si todos somos Ninguno, no existe ninguno de nosotros. El círculo se cierra y la sombra de Ninguno se extiende sobre México, asfixia al Gesticulador y lo cubre todo. Es nuestro territorio, más fuerte que las pirámides y los sacrificios, que las iglesias, los motines y los cantos populares, vuelve a imperar el silencio, anterior a la Historia.
"El Laberinto de la Soledad", Octavio Paz
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