Para celebrar el Día del libro en nuestro Centro, tendremos un encuentro con el autor Fernando Martínez López. Por limitaciones de la ratio, el encuentro solo afectará a los grupos 1º bachillerato A y D. Reproduzco aquí dos de los relatos que nos ha enviado, para que todos los alumnos y todas las alumnas puedan leerlos.
También recomiendo echar un vistazo a la página del autor: www.fernandomartinezlopez.es/
Relato 1: Acerca
de Julia
15
de septiembre
Sé
que hoy lo has pasado mal, que ha sido un día triste para ti, uno de
esos días en que los nubarrones se llevan por dentro y llueve en el
corazón, enfriándolo de tal manera que su latido se vuelve
imperceptible, apagado, como si no quisiera seguir bombeando sangre.
Es normal que te sientas así en tu primer día de instituto, hija,
en un país nuevo, extraño, donde tu sola presencia es tan llamativa
como una montaña que se eleva en el centro de una llanura, como una
letra mayúscula intercalada en una palabra escrita con minúsculas.
Tus compañeros sólo se han fijado en tu carcasa, podríamos decir:
el tono cobrizo de tu piel, tus ojos rasgados, tu cuerpo pequeño y
rechonchito, la humildad de tu atuendo, y en ningún momento han
reparado en el brillo inteligente de tus ojos, en la bondad que
rezuman a pesar de esa pátina de amargura que los reviste. Ya verás
cómo la situación cambiará cuando llegue el día en que te regrese
el ánimo y les descubras tu sonrisa tierna, porque es imposible no
sucumbir a su dulzura, a la belleza de tu alma. No te preocupes,
Julia, todo termina por suceder. El tiempo es un gran modelador de
las percepciones y estoy convencida de que conseguirá que llegues a
ser feliz en España, aunque sea sólo una pequeña porción de cómo
lo fuimos en el Perú.
2
de octubre
Llevo
varios días contemplándote en el patio del instituto, cariño, a la
hora del recreo. No puedo negar que me ha producido una pena inmensa
tu soledad, naufragada en un rincón donde tus únicos compañeros
eran el bocadillo y el libro de Mario que te regaló papá en tu
onomástica. Siempre te ha gustado mucho leer a nuestro Vargas Llosa,
tu favorito por encima de Santiago Roncagliolo o Jaime Baily, estos
insignes escritores peruanos que difunden nuestra linda literatura
por el mundo. El paraíso en la otra esquina es el título de
la novela, y eso mismo debes de pensar, que éste no es tu sitio, que
tu paraíso se halla a miles de kilómetros con un océano de por
medio, el lugar donde nadie se extrañaría de tu aspecto y dejarías
de ser esa letra mayúscula en una palabra de minúsculas. Sin
embargo, te equivocas pensando que el regreso te devolvería la
felicidad, pues bien sabes que fue la desgracia la que te alejó del
Perú, aquel día fatídico en que nuestra familia se desgajó como
una naranja abierta. Ya verás cómo tus compañeros te aceptarán
finalmente, pero tú también debes poner de tu parte, querida Julia.
3
de noviembre
Hoy
has llorado al regresar a casa, te has encerrado en tu cuarto
convirtiéndolo en reducto infranqueable, desatendiendo los
requerimientos por saber qué te ocurría, aunque yo sí lo sé: a
una madre no se le escapa nada. Has soportado durante estas semanas
el rechazo de tus compañeros por ser diferente, el filo cortante del
desprecio cuando proclamaban a grandes voces la celebración de un
cumpleaños en el que todos estaban invitados a la fiesta menos tú,
los grupos que se forman en el recreo, tan impermeables como una tela
asfáltica, para que tú no puedas penetrar y demostrarles que eres
como una estrella en el firmamento, brillante y bella. Eso lo has
podido soportar, a duras penas, porque tu entereza y madurez te han
mantenido erguida con la solidez de un castillo, pero hasta las
mayores fortalezas pueden sucumbir cuando el ataque es llevado a cabo
con la mezquindad de la traición. Te ha dolido, mucho, como si
masticaras un cristal y te lo tragaras, esa nota alevosa que has
encontrado oculta en tu mochila con tu caricatura hiriente, con
calificativos tan peyorativos que cada uno ha sido como el impacto
brutal de una bala. Desconoces quién es el responsable y casi
prefieres no saberlo. Tampoco has querido comunicárselo a tu tutora,
a Isabel, esa profesora de Lengua y Literatura que se esfuerza a
veces en vano para demostrar que con las palabras se pueden erigir
las más bellas esculturas, y que tú escuchas con tanto interés,
diría que casi con devoción. A pesar de todo, mi niña, no llores,
por favor. Aún sigo creyendo en la magia del tiempo para modificar
las cosas, la realidad que a veces se torna tenebrosa.
22
de noviembre
¿Qué
me dices, Julia? ¿Ves cómo hasta las tinieblas más densas terminan
por deshacerse cuando el sol irrumpe con ímpetu? Hoy ha sido un buen
día para ti y, lo más importante, ha vuelto a aparecer en tus
labios esa sonrisa tan deliciosa que tenías olvidada en el trastero
de las cosas que no se usan, tan lejana la época en la que era
perpetua en tu rostro, hasta que se borró de un brochazo el día de
la tragedia.
Cuando
tu profesora Isabel encargó la lectura obligatoria de una novela, la
que quisierais, y una exposición oral en clase sobre la misma, el
murmullo de protesta en el aula arrancó sincronizado de las
gargantas de tus compañeros, pero de la tuya no, hija, tú no
pensaste lo mismo, sino que te pareció una propuesta apasionante
asociada al placer de la lectura: desliar línea a línea el
entramado que el escritor ha ido urdiendo, trasladarte a mundos
inimaginables, aturdirte con diferentes visiones de la vida,
incentivar el pensamiento crítico… Son tantas cosas las que
encierra un libro que no existe tesoro alguno que albergue mayor
riqueza. Tú elegiste, cómo no, el de Mario Vargas Llosa, El
paraíso en la otra esquina, una novela que Isabel creyó
demasiado compleja para ti y que tú le has demostrado que no era
así. Después de una retahíla de exposiciones vagas,
argumentaciones inconexas, silencios sospechosos y algún carraspeo
por parte de los alumnos que salían al estrado, ha llegado tu turno.
Estabas nerviosa, eso ya lo sé, es normal, mi pequeña, y entonces
ha aflorado por tu boca esa voz que casi desconocen los que tantas
horas comparten contigo en el aula, suave, musical, dulce, con la
riqueza léxica y gramatical propia de las personas que leen mucho y
practican con asiduidad el arte de la conversación en vez de
entumecer el cerebro delante del televisor. Tus compañeros se han
mostrado confundidos, extrañados de que alguien de su edad domine el
idioma con esa maestría, que posea semejante retórica, que las
palabras suenen como una melodía, como un todo armonioso,
acostumbrados al uso de frases breves o inacabadas, a un vocabulario
reducido y estereotipado. Pero ha sido tu profesora Isabel, con
diferencia, la que más gratamente sorprendida se ha mostrado, el
rostro radiante, como quien asiste al brote de una flor en la tierra
estéril del desierto, y te ha felicitado delante de todos encantada
de que seas su alumna.
Sí,
hoy ha sido un gran día para ti. Disfrútalo, que el perfume de este
grato recuerdo enmascare el olor a tristeza que te impregna desde
hace meses. Duérmete ya, Julia, descansa, arrebújate entre las
sábanas y no permitas que se desvanezca esa sonrisa que tanto echaba
de menos.
15
de diciembre
Se
acerca la Navidad, esa época de felicidad enlatada que acentúa la
melancolía de aquéllos que carecen de motivos para celebrarla, como
es tu caso, mi niña. Ahora que se acerca el primer aniversario, te
encuentro especialmente decaída, aplastada por la depresión, y a
eso se suma la congoja por no haber encontrado aún la manera de
convertirte en viento y adentrarte por alguna de las rendijas del
muro que han construido tus compañeros, porque rendijas las hay,
corazón, tenlo por seguro, sólo que son difíciles de hallar en los
muros construidos con la ignorancia. Aquel resumen oral de El
paraíso en la otra esquina tuvo un efecto negativo en tu
relación con ellos, sembró un elemento diferenciador añadido que
ha multiplicado el distanciamiento. No obstante, te aseguro que no
son malos muchachos, te darás cuenta, sólo hay que conseguir
curarlos de la ceguera que sufren.
Al
menos allí, en el instituto, encuentras el alivio que te proporciona
Isabel. ¡Qué suerte has tenido con tu profesora! Es atenta,
trabajadora, apasionada por la docencia y la literatura, y te has
animado a mostrarle tus poemas y relatos, ésos que escribes en la
intimidad de tu cuarto construyendo frases hermosas con los ladrillos
de las palabras. Tienes habilidad para ello, eras una arquitecta del
lenguaje, e Isabel ha quedado prendada de tus escritos, maravillada
no sólo por la belleza de su estructura, sino también por el
trasfondo maduro y reflexivo que transmites en ellos. Al leerlos, ha
comprendido la extrema soledad que te embarga a pesar de estar
rodeada de una multitud, como una islita en medio de un océano de
estudiantes, y ha tenido una idea: que escribas un breve relato sobre
algunos aspectos de tu vida para leerlo a tus compañeros, para que
así te entiendan mejor. Tú te has negado pensando que sería
contraproducente, como sucedió con el resumen de la novela de Mario,
pero Isabel no ha desistido y, además, te ha dado un buen consejo:
abre tu corazón cuando lo escribas. Ese lenguaje sí que lo
entenderán tus compañeros de clase.
21
de diciembre
Las
lágrimas resbalan pausadas por tu linda piel indiana, Julia, ahora
que estás a solas, en tu dormitorio, pero esta vez el llanto es una
amalgama de ingredientes contrapuestos: la pena que te inflinge el
calendario, la fecha en la que nos encontramos, y por otro lado la
emoción que te ha provocado el giro de acontecimientos en tu
instituto.
Hiciste
caso a la profesora Isabel, y hoy, delante de tus compañeros, subida
al pequeño estrado que preside la clase, has leído con voz quebrada
el relato que has escrito durante la última semana con la pluma
mojada en la tinta del corazón. Al principio parecía no seducirles
la idea de asistir a otra muestra de erudición precoz, pero
enseguida ha reinado un silencio absoluto, porque han captado en tus
emocionadas palabras que no ibas a hablarles de cualquier cosa, sino
de algo profundo, una nieve sedimentada en lo más hondo de tu alma
congelada, y así han sabido que fuiste dichosa en el Perú, rodeada
de amigos que te querían, algo mimada por una familia que te adora.
Querías ser como tu padre, periodista, o como tu madre, maestra de
escuela, ambas cosas te agradaban por igual. Después, mientras
leías, tu rostro ha empezado a ensombrecerse como si de repente una
borrasca negruzca ocultara el sol, has relatado cómo papá tuvo los
primeros problemas en su trabajo, las amenazas de muerte por sacar a
la luz la corruptela en aquel centro de acogida de menores, el
negocio sórdido de las adopciones clandestinas de niños. Estábamos
todos muy asustados, aunque él no quisiera demostrarlo, mostrándose
sólido para que no nos preocupáramos tú y yo, hasta que se
desencadenó la tormenta, la barbaridad y la sinrazón hace ahora
justamente un año, otro 21 de diciembre que ya te ha dejado marcada
hasta la eternidad. Fue tan repentino que casi no lo viste, cuando
los tres regresábamos a nuestra casita de la calle Choquehuanca, en
Lima, y unos pasos se apresuraron a nuestras espaldas, papá que se
giró lo justo para ver la pistola y ladearse, la bala que le hirió
superficialmente el hombro, la bala que continuó su camino hasta
detenerse en mi pecho, una rosa de sangre que se dibujó a la altura
de mi corazón y la vida que se me fue sin dar tiempo a sujetarla.
Aquel malnacido huyó cobardemente cuando tu padre lo encaró, y
mientras, tú, a mi lado, incrédula, lloraste tanto que te secaste
por dentro. Eso le has narrado a tus compañeros, explicando por qué
papá decidió venirse a este nuevo país, para protegerte, querida
Julia, porque le resultaría insoportable perderte también.
Me
alegro por ti, cariño, porque después de que terminaras tu lectura
aguantándote las lágrimas con coraje, han sido algunos de tus
compañeros los que tenían los ojos húmedos. No quiero parecer
melodramática, es que sencillamente ha sido así como ha ocurrido,
y, sobre todo, han empezado a observarte tal y como eres, unos rasgos
diferentes, sí, ni mejores ni peores, pero rellena la carcasa de una
humanidad inabordable.
Ya te
lo dije: el tiempo es un gran modelador de las percepciones y ahora
contemplas un futuro más amable, desvestido de su desabrida capa de
amargura. No te lo pienses, mi niña, disfruta de tus vacaciones de
Navidad y acepta esa invitación que tus compañeros te han hecho
para la fiesta de nochevieja, reúnete con tus nuevos amigos y
sonríe, sonríe mucho para que papá también se contagie de tu
felicidad. Yo, mientras tanto, no dejaré de estar pendiente de ti ni
un solo instante, Julia. Aquí, en el cielo, tengo una atalaya donde
todo se divisa con nitidez, y que sepas que estaré siempre a tu
lado, como un ángel de la guarda, como tu madre que te ama hasta la
locura, rellenando en las páginas de este diario las líneas de tu
vida.
Relato 2:
Veinte
segundos hacia el cielo
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Bastó
un roce de ojos para enamorarse de ella a sus quince recién
cumplidos, la vecina recién llegada al edificio. No supo qué le
sedujo primero, si ese cabello alfombrado, si su sonrisa acrisolada o
esos ojos aguamarina que invitaban a nadar en ellos, o quizá todo
ello a la vez invocando el conjuro que lo hechizó. Cuarto F, el piso
de ella, séptimo B, el de él. Esporádicos encuentros en el
ascensor, veinte segundos de subida que para él eran como un viaje
al cielo. Para ella, no sabía lo que era, sólo un “buenos días”
o un “hola”, así durante años, él coaccionado por una timidez
despótica, temiendo que su corazón lo delatara golpeando con
vehemencia su pecho.
Nunca
tuvo novia, ni quiso tenerla si no se trataba de ella, amor platónico
que le derretía con blandura de rayos de la luna en las noches
melancólicas, celos mortificantes porque ella sí consintió
compartir su corazón con otros, y él soñando que algunos de esos
otros era él, la sencilla e incomparable felicidad de un paseo por
la orilla del mar, las olas lamiendo los tobillos y el primer beso de
amor que nunca llegó.
Cumplió
los veintisiete, casi una eternidad enamorado de ella, pero ya apenas
la veía, independizado del seno familiar: un buen trabajo, una mala
vida en soledad. Fue su hermana la enfermera quien se lo dijo, sí,
aquella vecinita tan mona, está yendo a sesión de diálisis, ha
perdido la sonrisa, ojalá tenga suerte con un donante, y a él le
dolió que aquella sonrisa que le deslumbró hubiera desaparecido
vencida por el peso de la tristeza. Aquella noche volvió a ser como
las de la adolescencia, las horas lánguidas sin que llegara el
sueño, cada una de sus neuronas convertidas en portarretratos con la
imagen de la única mujer que había amado. Sólo con su hermana
compartió el secreto, las pruebas de compatibilidad que se hizo, y
la flecha que hizo diana: uno de sus riñones serviría, una llave
que encajaba en la cerradura adecuada. Luego, más noches en vela,
una decisión que no era fácil, una decisión íntima y profunda,
una generosidad tan inabarcable como el propio firmamento. La única
condición que puso fue que se preservara su anonimato.
Aquel
día que fue a visitar a sus padres se le antojó que había
regresado a los quince años. La encontró en el ascensor, como
siempre, tan bella, dispuesto a iniciar esa subida a los cielos tanto
tiempo postergada. Le reconfortó observar la sonrisa grabada en su
memoria, el rostro recuperado y esperanzado de quien ha superado la
enfermedad. Lo suyo hubiera sido preguntar “¿cómo te
encuentras?”, y sin embargo la timidez atenazándolo como todas las
veces anteriores, sólo un “hola” pronunciado como un vahído por
donde se esfuman las fuerzas. Planta cuarta, ella se apeó. Quiso
decirle algo, quiso decirle “te quiero, siempre te he querido”,
la boca, la garganta agarrotadas sin que por ellas brotaran las
palabras, la puerta que se cerró. Ella se detuvo cuando buscaba las
llaves en su bolso. No había notado la presencia del riñón
trasplantado desde que salió del hospital, tan adaptado a su cuerpo
como un cactus al desierto. Ahora palpitaba de una forma desconocida,
con ritmo acompasado, melódico, un ritmo que enseguida se contagió
a su corazón y que le obligó a volver la vista hacia la puerta del
ascensor.
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