lunes, 6 de abril de 2015

 ENCUENTRO CON AUTOR:

  Para celebrar el Día del libro en nuestro Centro,  tendremos un encuentro con el autor Fernando Martínez López. Por limitaciones de la  ratio,  el encuentro solo afectará a los grupos 1º bachillerato  A  y  D.  Reproduzco aquí dos de los relatos que nos ha enviado,  para que todos los alumnos y todas las alumnas  puedan  leerlos.
 También  recomiendo echar un vistazo a la  página del autor: www.fernandomartinezlopez.es/

Relato 1:  Acerca de Julia

15 de septiembre
Sé que hoy lo has pasado mal, que ha sido un día triste para ti, uno de esos días en que los nubarrones se llevan por dentro y llueve en el corazón, enfriándolo de tal manera que su latido se vuelve imperceptible, apagado, como si no quisiera seguir bombeando sangre. Es normal que te sientas así en tu primer día de instituto, hija, en un país nuevo, extraño, donde tu sola presencia es tan llamativa como una montaña que se eleva en el centro de una llanura, como una letra mayúscula intercalada en una palabra escrita con minúsculas. Tus compañeros sólo se han fijado en tu carcasa, podríamos decir: el tono cobrizo de tu piel, tus ojos rasgados, tu cuerpo pequeño y rechonchito, la humildad de tu atuendo, y en ningún momento han reparado en el brillo inteligente de tus ojos, en la bondad que rezuman a pesar de esa pátina de amargura que los reviste. Ya verás cómo la situación cambiará cuando llegue el día en que te regrese el ánimo y les descubras tu sonrisa tierna, porque es imposible no sucumbir a su dulzura, a la belleza de tu alma. No te preocupes, Julia, todo termina por suceder. El tiempo es un gran modelador de las percepciones y estoy convencida de que conseguirá que llegues a ser feliz en España, aunque sea sólo una pequeña porción de cómo lo fuimos en el Perú.

2 de octubre
Llevo varios días contemplándote en el patio del instituto, cariño, a la hora del recreo. No puedo negar que me ha producido una pena inmensa tu soledad, naufragada en un rincón donde tus únicos compañeros eran el bocadillo y el libro de Mario que te regaló papá en tu onomástica. Siempre te ha gustado mucho leer a nuestro Vargas Llosa, tu favorito por encima de Santiago Roncagliolo o Jaime Baily, estos insignes escritores peruanos que difunden nuestra linda literatura por el mundo. El paraíso en la otra esquina es el título de la novela, y eso mismo debes de pensar, que éste no es tu sitio, que tu paraíso se halla a miles de kilómetros con un océano de por medio, el lugar donde nadie se extrañaría de tu aspecto y dejarías de ser esa letra mayúscula en una palabra de minúsculas. Sin embargo, te equivocas pensando que el regreso te devolvería la felicidad, pues bien sabes que fue la desgracia la que te alejó del Perú, aquel día fatídico en que nuestra familia se desgajó como una naranja abierta. Ya verás cómo tus compañeros te aceptarán finalmente, pero tú también debes poner de tu parte, querida Julia.

3 de noviembre
Hoy has llorado al regresar a casa, te has encerrado en tu cuarto convirtiéndolo en reducto infranqueable, desatendiendo los requerimientos por saber qué te ocurría, aunque yo sí lo sé: a una madre no se le escapa nada. Has soportado durante estas semanas el rechazo de tus compañeros por ser diferente, el filo cortante del desprecio cuando proclamaban a grandes voces la celebración de un cumpleaños en el que todos estaban invitados a la fiesta menos tú, los grupos que se forman en el recreo, tan impermeables como una tela asfáltica, para que tú no puedas penetrar y demostrarles que eres como una estrella en el firmamento, brillante y bella. Eso lo has podido soportar, a duras penas, porque tu entereza y madurez te han mantenido erguida con la solidez de un castillo, pero hasta las mayores fortalezas pueden sucumbir cuando el ataque es llevado a cabo con la mezquindad de la traición. Te ha dolido, mucho, como si masticaras un cristal y te lo tragaras, esa nota alevosa que has encontrado oculta en tu mochila con tu caricatura hiriente, con calificativos tan peyorativos que cada uno ha sido como el impacto brutal de una bala. Desconoces quién es el responsable y casi prefieres no saberlo. Tampoco has querido comunicárselo a tu tutora, a Isabel, esa profesora de Lengua y Literatura que se esfuerza a veces en vano para demostrar que con las palabras se pueden erigir las más bellas esculturas, y que tú escuchas con tanto interés, diría que casi con devoción. A pesar de todo, mi niña, no llores, por favor. Aún sigo creyendo en la magia del tiempo para modificar las cosas, la realidad que a veces se torna tenebrosa.

22 de noviembre
¿Qué me dices, Julia? ¿Ves cómo hasta las tinieblas más densas terminan por deshacerse cuando el sol irrumpe con ímpetu? Hoy ha sido un buen día para ti y, lo más importante, ha vuelto a aparecer en tus labios esa sonrisa tan deliciosa que tenías olvidada en el trastero de las cosas que no se usan, tan lejana la época en la que era perpetua en tu rostro, hasta que se borró de un brochazo el día de la tragedia.
Cuando tu profesora Isabel encargó la lectura obligatoria de una novela, la que quisierais, y una exposición oral en clase sobre la misma, el murmullo de protesta en el aula arrancó sincronizado de las gargantas de tus compañeros, pero de la tuya no, hija, tú no pensaste lo mismo, sino que te pareció una propuesta apasionante asociada al placer de la lectura: desliar línea a línea el entramado que el escritor ha ido urdiendo, trasladarte a mundos inimaginables, aturdirte con diferentes visiones de la vida, incentivar el pensamiento crítico… Son tantas cosas las que encierra un libro que no existe tesoro alguno que albergue mayor riqueza. Tú elegiste, cómo no, el de Mario Vargas Llosa, El paraíso en la otra esquina, una novela que Isabel creyó demasiado compleja para ti y que tú le has demostrado que no era así. Después de una retahíla de exposiciones vagas, argumentaciones inconexas, silencios sospechosos y algún carraspeo por parte de los alumnos que salían al estrado, ha llegado tu turno. Estabas nerviosa, eso ya lo sé, es normal, mi pequeña, y entonces ha aflorado por tu boca esa voz que casi desconocen los que tantas horas comparten contigo en el aula, suave, musical, dulce, con la riqueza léxica y gramatical propia de las personas que leen mucho y practican con asiduidad el arte de la conversación en vez de entumecer el cerebro delante del televisor. Tus compañeros se han mostrado confundidos, extrañados de que alguien de su edad domine el idioma con esa maestría, que posea semejante retórica, que las palabras suenen como una melodía, como un todo armonioso, acostumbrados al uso de frases breves o inacabadas, a un vocabulario reducido y estereotipado. Pero ha sido tu profesora Isabel, con diferencia, la que más gratamente sorprendida se ha mostrado, el rostro radiante, como quien asiste al brote de una flor en la tierra estéril del desierto, y te ha felicitado delante de todos encantada de que seas su alumna.
Sí, hoy ha sido un gran día para ti. Disfrútalo, que el perfume de este grato recuerdo enmascare el olor a tristeza que te impregna desde hace meses. Duérmete ya, Julia, descansa, arrebújate entre las sábanas y no permitas que se desvanezca esa sonrisa que tanto echaba de menos.

15 de diciembre
Se acerca la Navidad, esa época de felicidad enlatada que acentúa la melancolía de aquéllos que carecen de motivos para celebrarla, como es tu caso, mi niña. Ahora que se acerca el primer aniversario, te encuentro especialmente decaída, aplastada por la depresión, y a eso se suma la congoja por no haber encontrado aún la manera de convertirte en viento y adentrarte por alguna de las rendijas del muro que han construido tus compañeros, porque rendijas las hay, corazón, tenlo por seguro, sólo que son difíciles de hallar en los muros construidos con la ignorancia. Aquel resumen oral de El paraíso en la otra esquina tuvo un efecto negativo en tu relación con ellos, sembró un elemento diferenciador añadido que ha multiplicado el distanciamiento. No obstante, te aseguro que no son malos muchachos, te darás cuenta, sólo hay que conseguir curarlos de la ceguera que sufren.
Al menos allí, en el instituto, encuentras el alivio que te proporciona Isabel. ¡Qué suerte has tenido con tu profesora! Es atenta, trabajadora, apasionada por la docencia y la literatura, y te has animado a mostrarle tus poemas y relatos, ésos que escribes en la intimidad de tu cuarto construyendo frases hermosas con los ladrillos de las palabras. Tienes habilidad para ello, eras una arquitecta del lenguaje, e Isabel ha quedado prendada de tus escritos, maravillada no sólo por la belleza de su estructura, sino también por el trasfondo maduro y reflexivo que transmites en ellos. Al leerlos, ha comprendido la extrema soledad que te embarga a pesar de estar rodeada de una multitud, como una islita en medio de un océano de estudiantes, y ha tenido una idea: que escribas un breve relato sobre algunos aspectos de tu vida para leerlo a tus compañeros, para que así te entiendan mejor. Tú te has negado pensando que sería contraproducente, como sucedió con el resumen de la novela de Mario, pero Isabel no ha desistido y, además, te ha dado un buen consejo: abre tu corazón cuando lo escribas. Ese lenguaje sí que lo entenderán tus compañeros de clase.

21 de diciembre
Las lágrimas resbalan pausadas por tu linda piel indiana, Julia, ahora que estás a solas, en tu dormitorio, pero esta vez el llanto es una amalgama de ingredientes contrapuestos: la pena que te inflinge el calendario, la fecha en la que nos encontramos, y por otro lado la emoción que te ha provocado el giro de acontecimientos en tu instituto.
Hiciste caso a la profesora Isabel, y hoy, delante de tus compañeros, subida al pequeño estrado que preside la clase, has leído con voz quebrada el relato que has escrito durante la última semana con la pluma mojada en la tinta del corazón. Al principio parecía no seducirles la idea de asistir a otra muestra de erudición precoz, pero enseguida ha reinado un silencio absoluto, porque han captado en tus emocionadas palabras que no ibas a hablarles de cualquier cosa, sino de algo profundo, una nieve sedimentada en lo más hondo de tu alma congelada, y así han sabido que fuiste dichosa en el Perú, rodeada de amigos que te querían, algo mimada por una familia que te adora. Querías ser como tu padre, periodista, o como tu madre, maestra de escuela, ambas cosas te agradaban por igual. Después, mientras leías, tu rostro ha empezado a ensombrecerse como si de repente una borrasca negruzca ocultara el sol, has relatado cómo papá tuvo los primeros problemas en su trabajo, las amenazas de muerte por sacar a la luz la corruptela en aquel centro de acogida de menores, el negocio sórdido de las adopciones clandestinas de niños. Estábamos todos muy asustados, aunque él no quisiera demostrarlo, mostrándose sólido para que no nos preocupáramos tú y yo, hasta que se desencadenó la tormenta, la barbaridad y la sinrazón hace ahora justamente un año, otro 21 de diciembre que ya te ha dejado marcada hasta la eternidad. Fue tan repentino que casi no lo viste, cuando los tres regresábamos a nuestra casita de la calle Choquehuanca, en Lima, y unos pasos se apresuraron a nuestras espaldas, papá que se giró lo justo para ver la pistola y ladearse, la bala que le hirió superficialmente el hombro, la bala que continuó su camino hasta detenerse en mi pecho, una rosa de sangre que se dibujó a la altura de mi corazón y la vida que se me fue sin dar tiempo a sujetarla. Aquel malnacido huyó cobardemente cuando tu padre lo encaró, y mientras, tú, a mi lado, incrédula, lloraste tanto que te secaste por dentro. Eso le has narrado a tus compañeros, explicando por qué papá decidió venirse a este nuevo país, para protegerte, querida Julia, porque le resultaría insoportable perderte también.
Me alegro por ti, cariño, porque después de que terminaras tu lectura aguantándote las lágrimas con coraje, han sido algunos de tus compañeros los que tenían los ojos húmedos. No quiero parecer melodramática, es que sencillamente ha sido así como ha ocurrido, y, sobre todo, han empezado a observarte tal y como eres, unos rasgos diferentes, sí, ni mejores ni peores, pero rellena la carcasa de una humanidad inabordable.
Ya te lo dije: el tiempo es un gran modelador de las percepciones y ahora contemplas un futuro más amable, desvestido de su desabrida capa de amargura. No te lo pienses, mi niña, disfruta de tus vacaciones de Navidad y acepta esa invitación que tus compañeros te han hecho para la fiesta de nochevieja, reúnete con tus nuevos amigos y sonríe, sonríe mucho para que papá también se contagie de tu felicidad. Yo, mientras tanto, no dejaré de estar pendiente de ti ni un solo instante, Julia. Aquí, en el cielo, tengo una atalaya donde todo se divisa con nitidez, y que sepas que estaré siempre a tu lado, como un ángel de la guarda, como tu madre que te ama hasta la locura, rellenando en las páginas de este diario las líneas de tu vida.

    
Relato 2:  Veinte segundos hacia el cielo
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Bastó un roce de ojos para enamorarse de ella a sus quince recién cumplidos, la vecina recién llegada al edificio. No supo qué le sedujo primero, si ese cabello alfombrado, si su sonrisa acrisolada o esos ojos aguamarina que invitaban a nadar en ellos, o quizá todo ello a la vez invocando el conjuro que lo hechizó. Cuarto F, el piso de ella, séptimo B, el de él. Esporádicos encuentros en el ascensor, veinte segundos de subida que para él eran como un viaje al cielo. Para ella, no sabía lo que era, sólo un “buenos días” o un “hola”, así durante años, él coaccionado por una timidez despótica, temiendo que su corazón lo delatara golpeando con vehemencia su pecho.
Nunca tuvo novia, ni quiso tenerla si no se trataba de ella, amor platónico que le derretía con blandura de rayos de la luna en las noches melancólicas, celos mortificantes porque ella sí consintió compartir su corazón con otros, y él soñando que algunos de esos otros era él, la sencilla e incomparable felicidad de un paseo por la orilla del mar, las olas lamiendo los tobillos y el primer beso de amor que nunca llegó.
Cumplió los veintisiete, casi una eternidad enamorado de ella, pero ya apenas la veía, independizado del seno familiar: un buen trabajo, una mala vida en soledad. Fue su hermana la enfermera quien se lo dijo, sí, aquella vecinita tan mona, está yendo a sesión de diálisis, ha perdido la sonrisa, ojalá tenga suerte con un donante, y a él le dolió que aquella sonrisa que le deslumbró hubiera desaparecido vencida por el peso de la tristeza. Aquella noche volvió a ser como las de la adolescencia, las horas lánguidas sin que llegara el sueño, cada una de sus neuronas convertidas en portarretratos con la imagen de la única mujer que había amado. Sólo con su hermana compartió el secreto, las pruebas de compatibilidad que se hizo, y la flecha que hizo diana: uno de sus riñones serviría, una llave que encajaba en la cerradura adecuada. Luego, más noches en vela, una decisión que no era fácil, una decisión íntima y profunda, una generosidad tan inabarcable como el propio firmamento. La única condición que puso fue que se preservara su anonimato.
Aquel día que fue a visitar a sus padres se le antojó que había regresado a los quince años. La encontró en el ascensor, como siempre, tan bella, dispuesto a iniciar esa subida a los cielos tanto tiempo postergada. Le reconfortó observar la sonrisa grabada en su memoria, el rostro recuperado y esperanzado de quien ha superado la enfermedad. Lo suyo hubiera sido preguntar “¿cómo te encuentras?”, y sin embargo la timidez atenazándolo como todas las veces anteriores, sólo un “hola” pronunciado como un vahído por donde se esfuman las fuerzas. Planta cuarta, ella se apeó. Quiso decirle algo, quiso decirle “te quiero, siempre te he querido”, la boca, la garganta agarrotadas sin que por ellas brotaran las palabras, la puerta que se cerró. Ella se detuvo cuando buscaba las llaves en su bolso. No había notado la presencia del riñón trasplantado desde que salió del hospital, tan adaptado a su cuerpo como un cactus al desierto. Ahora palpitaba de una forma desconocida, con ritmo acompasado, melódico, un ritmo que enseguida se contagió a su corazón y que le obligó a volver la vista hacia la puerta del ascensor.

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