domingo, 10 de abril de 2016

 

8 DE ABRIL: DÍA DEL PUEBLO GITANO   

"ES NUESTRA IGNORANCIA LA QUE INVISIBILIZA AL PUEBLO GITANO"           

08 de abril de 2016 

 Hoy es el Día del Pueblo Gitano, y de la mano de Sita 

 Lorenzo (@sitalorenzo), historiadora y periodista, nos 

 sumamos a la conmemoración de esta fecha, que pone en 

 valor a una parte importante de  nuestra sociedad.  


Confieso que tengo una deuda con el pueblo gitano y que no voy a eximirme (como ciudadana) de la parte de responsabilidad que me toca. Voy a amasar el cerebro e inyectarle la levadura que logre hacer fermentar mi conocimiento por su historia, su cultura y sus gentes. ¡Se lo debo!. Se lo debo como persona, como ciudadana, como vecina y como historiadora.

Foto: ma_ru_yi (vía Flickr)
Con el pueblo gitano nos hemos acomodado a la monovisión de los estereotipos. Miramos con recelo, señalamos con el dedo y proyectamos una única imagen, la de trapaceros. Etiquetamos (como define la RAE) a los 750 mil gitanos que conviven en España, según la Fundación Secretariado Gitano. Basta leer en prensa o teclear la palabra gitano en cualquier buscador y conseguir, a golpe de un solo click, cientos de noticias que ofrecen esa única visión malintencionada y torticera de su ser.

Los datos son toda una bofetada a nuestras conciencias inertes: el 81,6% de los comentarios alimentan el discurso del odio hacia los gitanos. Seguimos perpetuando esa imagen distorsionada y alejada de la realidad. Enraizamos el estigma que les acompaña desde siglos y les relegamos a la posición de ciudadanos de segunda, a los que no damos la oportunidad  del reconocimiento y la visibilización.

Durante la carrera, esa que no me ha enseñado ni un ápice de la historia del pueblo gitano, escuchaba como argumento que “los historiadores debemos dotarnos de inteligencia en la mirada”. Esto, llevado al estudio e investigación de la Historia y el Arte, venía a significar que como deber hacia la Humanidad, y rigor de la profesión, debíamos ir más allá a la hora de profundizar en los hechos. Debíamos indagar, sumergirnos en las fuentes, en las intrahistorias y plantearnos el por qué y el para qué de los actos hasta alcanzar nuestras propias conclusiones. ¡Esa era la gran misión!. Una misión, por cierto, que no se ha cumplido con los gitanos, porque nunca nos hemos preocupado en conocer su historia ni en introducirla dentro de los programas curriculares educativos. Directamente les hemos nulificado y ninguneado.

El ninguneo, como escribió Octavio Paz en ‘El laberinto de la soledad’* , es una operación que consiste en hacer de Alguien, Ninguno. Es disimular la existencia de nuestros semejantes, obrar como si no existieran hasta convertirlos en seres transparentes y fantasmales. Esto, mal que nos pese, hemos hecho a lo largo de seis siglos con la historia de los egiptanos, roma, gitanos, romaní, zingaros, sintis: negar su existencia. Al igual que la mirada heterosexual niega, y ha negado, la diversidad sexual. Invisibilidad que se multiplica en el caso del colectivo LGBT gitano, que también en el cobijo de estas siglas es olvidado.

Hoy, Día Internacional del Pueblo Gitano, aprovechemos la celebración para dar un paso firme y conmemorar junto a ellos la institución de su bandera –que simboliza el cielo y el campo y el camino desde la India y la libertad- y su himno ‘Djelem, Djelem’ -compuesto por Jarko Jovanovic- que recuerda al medio millón de gitanos víctimas del nazismo, además de las expulsiones y persecuciones que han soportado durante siglos.

Aunque España se señala como un referente para el resto de Europa sobre el modelo de inclusión social de la población gitana, comprometámonos a mirar con inteligencia y reconocer a un pueblo que ha contribuido en valores y riqueza cultural al mosaico de realidades que somos. Comprometámonos a educar y otorgarles el espacio, ganado a pulso, que merecen en los libros de Historia. Comprometámonos a reducir las desigualdades que, lejos de reducirse, se insertan en el ADN de buena parte de los gitanos y gitanas que conviven con nosotros. Ya que de no ser así, seguiremos participando con alevosía en su ausencia y cimentando el laberinto de la soledad al que les hemos relegado. La visibilidad es un acto de reconocer al otro desde la honestidad, de aceptarlo e incorporarlo en nosotros como parte de nuestra esencia humana. Ese reconocimiento del otro precisa de un ejercicio de transformación, de una metamorfosis en sí misma. Metamorfoseémonos y transformemos la realidad. Empecemos a crear ritos, estrechar lazos con el pueblo gitano. ¡Se lo debemos!.



[…] No sólo nos disimulamos a nosotros mismos y nos hacemos transparentes y fantasmales: también disimulamos la existencia de nuestros semejantes. No quiero decir que los ignoremos o los hagamos menos, actos deliberados y soberbios. Los disimulamos de manera más definitiva y radical: los ninguneamos. El ninguneo es una operación que consiste en hacer de Alguien, Ninguno. La nada de pronto se individualiza, se hace cuerpo y ojos, se hace Ninguno.
Don Nadie, padre español de Ninguno, posee don, vientre, honra, cuenta en el banco y habla con voz fuerte y segura. Don Nadie llena al mundo con su vacía y vocinglera presencia. Está en todas partes y en todos los sitios tiene amigos. Es banquero, embajador, hombre de empresa. Se pasea por todos los salones, lo condecoran en Jamaica, en Estocolmo y en Londres. Don Nadie es funcionario o influyente y tiene un agresiva y engreída manera de no ser. Ninguno es silencioso y tímido, resignado. Es sensible e inteligente. Sonríe siempre. Espera siempre. Y cada vez que quiere hablar, tropieza con un muro de silencio; si saluda encuentra una espalda glacial; si suplica, llora o grita, sus gestos y gritos se pierden en el vacío que Don Nadie crea con su vozarrón. Ninguno no se atreve a no ser: oscila, intenta una vez y otra vez ser Alguien. Al fin, entre vanos gestos, se pierde en el limbo de donde surgió.
Sería un error pensar que los demás le impiden existir. Simplemente disimulan su existencia, obran como si no existiera. Lo nulifican, lo anulan, lo ningunean. Es inútil que Ninguno hable, publique libros, pinte cuadros, se ponga de cabeza. Ninguno es la ausencia de nuestras miradas, la pausa de nuestra conversación, la reticencia de nuestro silencio. Es el nombre que olvidamos siempre por una extraña fatalidad, el eterno ausente, el invitado que no invitamos, el hueco que no llenamos. Es una omisión. Y sin embargo, Ninguno está presente siempre. Es nuestro secreto, nuestro crimen y nuestro remordimiento. Por eso el Ninguneador también se ningunea; él es la omisión de Alguien. Y si todos somos Ninguno, no existe ninguno de nosotros. El círculo se cierra y la sombra de Ninguno se extiende sobre México, asfixia al Gesticulador y lo cubre todo. Es nuestro territorio, más fuerte que las pirámides y los sacrificios, que las iglesias, los motines y los cantos populares, vuelve a imperar el silencio, anterior a la Historia.
                                                       "El  Laberinto de la Soledad", Octavio Paz






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